lunes, 1 de octubre de 2012

LAVIRGEN DE LA BATATA

Articulo del arquitecto Sergio Palma.


Posiblemente una de las imágenes menos conocida con la advocación de la Virgen del Carmen es la que se encuentra en uno de los altares laterales del antiguo convento de San Buenaventura, en la calle Carlos Cañal. Templo franciscano mutilado y destrozadísimo por los avatares del destino, que ha hecho las veces de cuadra en tiempos de los franceses o de Museo cuando la ciudad se plegaba a los designios liberales en los primeros años 20 del siglo XIX, San Buenaventura guarda en su interior un patrimonio de un valor artístico e histórico incalculable, destacando por supuesto su retablo mayor, joya del barroco traído en los años 50 desde Osuna para sustituir a otro que procedía de la desamortizada Casa Grande de la Merced, hoy día Museo de Bellas Artes.


Menos grandiosidad pero iguales trazas barrocas presenta el altar donde se rinde culto a la Virgen del Carmen que protagoniza esta entrada, un altar labrado junto al muro que selló los arcos aparecidos tras la demolición de una de las 3 naves que conformaban el templo para abrir la actual calle Bilbao, arcos aún visibles desde el exterior. No se ponen de acuerdo los autores a la hora de atribuir la autoría de la imagen, que para algunos pertenece al círculo de Astorga, de cuya gubia salió su “vecina” Virgen de la Soledad; mientras que para otros es anterior, posiblemente del siglo XVIII, coetánea de la Inmaculada que ocupa su otro flanco. Más antiguo parece ser el Niño Jesús, que posiblemente estuvo antes en brazos de otra talla desaparecida dentro de ese túnel oscuro que es muchas veces la historia.



Donde no cabe duda es en la procedencia de esta Virgen del Carmen, que al parecer se encontraba en una pequeña capilla aledaña al Postigo del Aceite, capilla de la que ya no queda ni rastro, ni siquiera una vaga referencia donde situarla. O al menos yo no la he encontrado. Se encargaba de rendirle culto una humilde cofradía formada por los hortelanos y pescadores que se ganaban la vida en el mercadillo de diario improvisado desde hacía siglos entre las calles Almirantazgo (antigua plaza de San Andrés) y el ensanche donde se encontraban Dos de Mayo y Arfe; una cofradía que al parecer llegaba a un nivel tal de austeridad que para sufragar sus funciones no tenían mas remedio que rifar las verduras, hortalizas y pescados de sus puestecillos. Por ese motivo la voz popular, siempre tan predispuesta a la guasa por estos lares, pasó a llamarla “Virgen de la Batata”, tubérculo al parecer erigido en la estrella de estos sorteos comestibles.
Mercadillo del Postigo del Aceite en 1896,imagen del blog Azahares de Recuerdo.

Se celebraba este mercadillo del Postigo al aire libre, como tantos otros que desde la misma Reconquista ocupaban las calles y plazoletas de la ciudad, algunos de los cuales como el de la Alfalfa o El Jueves han llegado casi hasta nuestros días. Entre el bullicio y la algarabía, en el caos organizado de tenderetes y puestos, bajo el griterío de los pregones o las preguntas de los curiosos, tanto la Pura y Limpia como, posiblemente extramuros, la Virgen del Carmen, veían como ante sus capillas se postraban los pescadores antes de aventurarse en las todavía incontroladas aguas del Guadalquivir en busca de albures y barbos; o los hortelanos que desde la Puerta de Jerez llegaban para vender a la gente del Arenal los frutos de sus terruños; o los trabajadores de la Fábrica de Artillería, o el personal del Colegio de San Miguel, o los maleantes que entre el gentío buscaban el anonimato para cometer sus fechorías. Veían, en definitiva, como la vida pasaba bajo este viejo Arco que a finales del siglo XIX era, junto al de la Macarena, el único que permanecía en pie de la Sevilla que muchos consideraban eterna. Tampoco duraría mucho más este mercadillo, ya que por motivos de higiene y de paso para controlar un poco el género y la venta, en 1927 se levantaba en la confluencia de Arfe con Dos de Mayo el Mercado del Postigo según proyecto de Juan Talavera, espacio actualmente destinado a la venta de productos de artesanía y manualidades. Antes había desaparecido la capillita de la Virgen del Carmen. Seguramente las rifas serían insuficientes y las penurias económicas se convertirían en un obstáculo insalvable para la austera cofradía, que desaparecía en las postrimerías del siglo XIX sin apenas dejar huella alguna. La Virgen de la Batata se traslada al convento de San Buenaventura, donde encuentra acomodo en uno de los altares labrados en el lado del Evangelio, que como se dijo anteriormente no era sino el muro que cerraba el hueco dejado tras la demolición de una de las naves laterales del templo. Y allí sigue, hasta nuestros días, tras haber pasado del bullicioso Postigo a las silenciosas paredes del antiguo convento franciscano; de hecho solo en 1982, con motivo de la Semana de Estudios Marianos, abandonó su altarcito barroco para dirigirse por unas horas al Salvador. Allí sigue, junto a la Soledad, curiosa metáfora de su presente, resistiendo los envites del tiempo, ese juez implacable que relegó a los anaqueles del olvido su capillita del Postigo, su hermandad de hortelanos y pescadores y, si nadie lo remedia, el nombre por el que sus devotos la conocieron durante tantos años: Virgen de la Batata.


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