martes, 30 de octubre de 2012

LOS NEGOCIOS ROMANTICOS DE SEVILLA


Un nazareno hablando con un señor con mascota, como se estilaba en esa  época. El  local que aparece en la fotografía, es el Café de París, actualmente no existe pero seguro que todos hemos pasado por allí e incluso puede que más de uno haya estado comiendo: es el Burguer King de La Campana, concretamente el lado que da para la calle Velázquez. (Fotografía del 1935) El Gran Café de París tenía en la primera planta un salón de billares, y era lugar de reunión de la alta clase media y la burguesía, así como de toreros y artistas. Durante la guerra civil cambió su nombre por el de ''Café de Roma''
Acabó víctima de la piqueta como tantos otros edificios durante los años 70.


                          


domingo, 14 de octubre de 2012

EL ESCULTOR DE LA EPOCA ROMANTICA DE SEVILLA

Leyenda del Cristo de las Mieles.

Quien entre en el sevillano cementerio de San Fernando por la puerta principal encontrará, unos cientos de metros más adelante, en la glorieta principal, un crucificado de gran tamaño, fundido en bronce y clavado en una cruz de madera: se trata del Cristo de Susillo o, como es conocido popularmente, el Cristo de las Mieles.
Entrada al Cementerio de San Fernando.
Es obra de Antonio Susillo Fernández, famoso escultor sevillano del siglo XIX. Nacido en Sevilla  el 16 de abril de 1855, concretamente en la Alameda de Hércules, era hijo de Manuel Susillo, tonelero primero y después dedicado al comercio de la aceituna. Un día, paseando por la Alameda, la Infanta Luisa Fernanda de Orleans observó a un niño jugando con un puñado de barro con el que moldeó una figurilla con tanto talento que a partir de entonces quedó bajo su protección, costeándole sus estudios de arte. Gracias a ella, considerado un "niño prodigio", pudo desarrollar su don innato como artista y escultor. Estudió en París y Roma y, ya a los veinte años, comienza a recibir encargos de la alta aristocracia europea, consolidándose como el escultor sevillano más famoso de todos los tiempos. Clientes suyos fueron la reina Isabel II o Nicolás II, Zar de todas las Rusias. En Sevilla quedaron muchas de sus obras: las doce estatuas del Palacio de San Telmo, el Miguel de Mañara frente al Hospital de Caridad, el Daoiz de la Plaza de la Gavidia, el Velázquez de la Plaza del Duque, etc.
El Cristo de las Mieles, de Antonio Susillo. Cementerio de San Fernando, Sevilla.
Cuenta la leyenda que cuando el escultor esculpió el Cristo para el cementerio se esmeró enormemente, pues en ese momento se encontraba fuertemente endeudado y esa obra significaba mucho para él. Se dice que al montar la escultura, se dio cuenta de que la había elaborado (se puede ver que un pie está clavado en el madero vertical de la cruz y el otro al staticum de la misma) con las piernas al contrario, y que al contemplar la obra terminada y ver el fallo, se sintió tan angustiado y le afectó tanto que se ahorcó en su estudio.
En realidad, el escultor, cuya primera esposa falleció de tuberculosis apenas un año después del casamiento, contrajo quince años después segundas nupcias con María Luisa Huelin, (una mujer despilfarradora y manirrota que, además, lo menospreciaba y ridiculizaba como hombre incluso en público), y en esos momentos se encontraba en la más absoluta de las ruinas, contando con  el encargo del Cristo para saldar deudas y retomar su trayectoria profesional. Al observar el error tomó la trágica decisión, tan de moda en la época romántica, de pegarse un tiro. Era el veintidós de diciembre de 1.896; contaba tan sólo cuarenta y un años.
Sus paisanos sevillanos creyeron que el mejor homenaje para aquel hombre era ser enterrado en el centro del cementerio, a los pies del Cristo que había esculpido con tanta pasión, y así se propuso, con el beneplácito de la autoridad municipal. Sin embargo, la autoridad eclesiástica puso impedimento, ya que los suicidas no podían ser enterrados en suelo sagrado, aunque finalmente se consideró que el acto había sucedido como consecuencia de una enfermedad mental y se concedió el permiso oportuno.
Fue enterrado en un primer momento en una tumba junto a la del pintor Ricardo Villegas, que pagaba anónima y puntualmente un amigo suyo. Treinta años más tarde, como consecuencia de un artículo aparecido en el diario “El Noticiero Sevillano”,  se despertó entre sus paisanos el convencimiento de que la ciudad le debía un reconocimiento permanente al insigne escultor. El Ayuntamiento concedió permiso y asignó los fondos para la obra, que concluyó el  veintidós de abril de 1.940. Los restos de Antonio Susillo reposaron definitivamente cuarenta y cuatro años después de su muerte a los pies de su obra más reconocida.
Días después de su entierro sucedió algo sorprendente, que muchos visitantes consideraron milagroso: el Cristo lloraba, y no agua salada, como un mortal cualquiera, sino que lloraba miel. El revuelo fue considerable en la ciudad. El “milagro” estaba en boca de todos y la Iglesia tuvo que tomar cartas en el asunto, enviando el mismísimo Vaticano una delegación para aclarar el asunto.
Finalmente se averiguó la verdad: lo que manaba de la boca del Cristo era efectivamente miel de abeja, pero no porque llorara el Hijo de Dios por el escultor, sino porque Susillo había construido la efigie dejando hueco su interior para evitar el excesivo peso, y ese hueco fue aprovechado por un grupo de trabajadoras abejas para instalar su colonia. Así, cuando el calor apretaba y el bronce se calentaba, la miel de los panales se derretía y salía por la boca del Cristo. No había milagro, pues, pero al Cristo se le quedó para siempre el sobrenombre de Cristo de las Mieles.

lunes, 1 de octubre de 2012

LAVIRGEN DE LA BATATA

Articulo del arquitecto Sergio Palma.


Posiblemente una de las imágenes menos conocida con la advocación de la Virgen del Carmen es la que se encuentra en uno de los altares laterales del antiguo convento de San Buenaventura, en la calle Carlos Cañal. Templo franciscano mutilado y destrozadísimo por los avatares del destino, que ha hecho las veces de cuadra en tiempos de los franceses o de Museo cuando la ciudad se plegaba a los designios liberales en los primeros años 20 del siglo XIX, San Buenaventura guarda en su interior un patrimonio de un valor artístico e histórico incalculable, destacando por supuesto su retablo mayor, joya del barroco traído en los años 50 desde Osuna para sustituir a otro que procedía de la desamortizada Casa Grande de la Merced, hoy día Museo de Bellas Artes.


Menos grandiosidad pero iguales trazas barrocas presenta el altar donde se rinde culto a la Virgen del Carmen que protagoniza esta entrada, un altar labrado junto al muro que selló los arcos aparecidos tras la demolición de una de las 3 naves que conformaban el templo para abrir la actual calle Bilbao, arcos aún visibles desde el exterior. No se ponen de acuerdo los autores a la hora de atribuir la autoría de la imagen, que para algunos pertenece al círculo de Astorga, de cuya gubia salió su “vecina” Virgen de la Soledad; mientras que para otros es anterior, posiblemente del siglo XVIII, coetánea de la Inmaculada que ocupa su otro flanco. Más antiguo parece ser el Niño Jesús, que posiblemente estuvo antes en brazos de otra talla desaparecida dentro de ese túnel oscuro que es muchas veces la historia.



Donde no cabe duda es en la procedencia de esta Virgen del Carmen, que al parecer se encontraba en una pequeña capilla aledaña al Postigo del Aceite, capilla de la que ya no queda ni rastro, ni siquiera una vaga referencia donde situarla. O al menos yo no la he encontrado. Se encargaba de rendirle culto una humilde cofradía formada por los hortelanos y pescadores que se ganaban la vida en el mercadillo de diario improvisado desde hacía siglos entre las calles Almirantazgo (antigua plaza de San Andrés) y el ensanche donde se encontraban Dos de Mayo y Arfe; una cofradía que al parecer llegaba a un nivel tal de austeridad que para sufragar sus funciones no tenían mas remedio que rifar las verduras, hortalizas y pescados de sus puestecillos. Por ese motivo la voz popular, siempre tan predispuesta a la guasa por estos lares, pasó a llamarla “Virgen de la Batata”, tubérculo al parecer erigido en la estrella de estos sorteos comestibles.
Mercadillo del Postigo del Aceite en 1896,imagen del blog Azahares de Recuerdo.

Se celebraba este mercadillo del Postigo al aire libre, como tantos otros que desde la misma Reconquista ocupaban las calles y plazoletas de la ciudad, algunos de los cuales como el de la Alfalfa o El Jueves han llegado casi hasta nuestros días. Entre el bullicio y la algarabía, en el caos organizado de tenderetes y puestos, bajo el griterío de los pregones o las preguntas de los curiosos, tanto la Pura y Limpia como, posiblemente extramuros, la Virgen del Carmen, veían como ante sus capillas se postraban los pescadores antes de aventurarse en las todavía incontroladas aguas del Guadalquivir en busca de albures y barbos; o los hortelanos que desde la Puerta de Jerez llegaban para vender a la gente del Arenal los frutos de sus terruños; o los trabajadores de la Fábrica de Artillería, o el personal del Colegio de San Miguel, o los maleantes que entre el gentío buscaban el anonimato para cometer sus fechorías. Veían, en definitiva, como la vida pasaba bajo este viejo Arco que a finales del siglo XIX era, junto al de la Macarena, el único que permanecía en pie de la Sevilla que muchos consideraban eterna. Tampoco duraría mucho más este mercadillo, ya que por motivos de higiene y de paso para controlar un poco el género y la venta, en 1927 se levantaba en la confluencia de Arfe con Dos de Mayo el Mercado del Postigo según proyecto de Juan Talavera, espacio actualmente destinado a la venta de productos de artesanía y manualidades. Antes había desaparecido la capillita de la Virgen del Carmen. Seguramente las rifas serían insuficientes y las penurias económicas se convertirían en un obstáculo insalvable para la austera cofradía, que desaparecía en las postrimerías del siglo XIX sin apenas dejar huella alguna. La Virgen de la Batata se traslada al convento de San Buenaventura, donde encuentra acomodo en uno de los altares labrados en el lado del Evangelio, que como se dijo anteriormente no era sino el muro que cerraba el hueco dejado tras la demolición de una de las naves laterales del templo. Y allí sigue, hasta nuestros días, tras haber pasado del bullicioso Postigo a las silenciosas paredes del antiguo convento franciscano; de hecho solo en 1982, con motivo de la Semana de Estudios Marianos, abandonó su altarcito barroco para dirigirse por unas horas al Salvador. Allí sigue, junto a la Soledad, curiosa metáfora de su presente, resistiendo los envites del tiempo, ese juez implacable que relegó a los anaqueles del olvido su capillita del Postigo, su hermandad de hortelanos y pescadores y, si nadie lo remedia, el nombre por el que sus devotos la conocieron durante tantos años: Virgen de la Batata.